jueves, 24 de diciembre de 2015

Relato erótico



 -Cálida ternura-


La noche mecía las restantes nubes rezagadas dejándonos vislumbrar una marea ahogada de estrellas que navegaban por el cielo. Una suave brisa veraniega acariciaba mi camisa sobre el delicado cuerpo de ella, el mero hecho de observarla con ella puesta y en braguitas hacía que mi cara se ruborizase, me subiera la sangre a la cabeza y se me calentase las orejas. Allí, en la intemperie del perfecto prado nos encontrábamos de pie, observando todo cuanto nos rodeaba. Las finas hiervas cosquilleaban nuestros pies desnudos, yo ataviaba un simple pantalón corto sepia y mi cabello desmarañado hacia que mi aspecto dejase algo que desear ante lo que iba a ocurrir.

Ella me dirigió una amplia sonrisa enseñando su perfecta mandíbula reluciente. Aquellos grandes ojos verdes hacían que encadenara todo mi ser a ellas, su perfecta carita alvina junto a su corto cabello azabache atraían la atención de cada una de mis extremidades. Giró su cuerpo hacia mi persona dejando que aquella camisa volada se estremeciera en su pequeño y delgado cuerpo dando con sus pequeñas y relucientes piernas pequeños pasos hacia mí terminando apoyada con sus delicadas manos de princesa en mi pecho, me miró sonrojada, parpadeó mostrando un atisbo de preocupación que lo hice desaparecer mientras besaba sus rosados labios intercambiando así cada uno de nuestros pensamientos y deseos que yacían regocijados en nuestras entrañas. Tras separarme de su rostro ella mostró sumisión ante lo que deparaba la noche, levantó los brazos y los pasó sobre mi cabeza esperando que yo la desnudase.

Temblorosamente pasé mis manos sobre su sinuosa cadera, deslizándome sobre su tersa y suave piel hasta llegar a sujetar la camisa y con el mismo recelo la subí pasándola sobre sus escasos pechos. Sentí como el miedo iba consumiéndola así pues acaricié su rostro mientras volvía a besar sus labios. Nuestros ojos entreabiertos se encontraron tan cerca que casi nuestras pestañas se rozaron, sus mejillas sonrojadas conseguía que me excitara cada vez más, su respiración entrecortada chocaba contra mi piel consiguiendo que se me acelerara el corazón.
Una vez desnuda, la luz de la luna chocaba sobre su sinuosa y perfecta piel mostrando las maravillas de la vida. Una vorágine de pensamientos impuros me consumieron hasta tal punto que si me hubieran juzgado por ello, hubiera caído en las garras del demonio sin dudar. Con sus sensuales y preciosos dedos agarró mi brazo invitándome a entrar en los asientos traseros de mi coche metalizado negro aparcado a nuestra vera. Sus ojos brillaban, sus mejillas ruborizadas mostraban un rostro que solo quería contemplar yo, su figura es solamente mía, o al menos eso pensaba en ese momento. La amaba, amaba cada rincón de su cuerpo y ardía en deseos de obsequiarme con su lazo, con su virginidad.


Dentro empecé a morder su cuello, su hombro, su oreja y nuevamente el cuello. Cada vez que musitaba aquellos angelicales gemidos cerraba sus ojos con fuerza y se agarraba a mí con pudor. Sus uñas lastimaban mi espalda pero no importaba en absoluto, ya que la tranquilizaba lamiendo cada zona mordida de la manera más gentil posible. Ambos supimos que el momento había llegado y con lágrimas en sus ojos alzó sus brazos rogando que la abrazase formando un rostro cual niña pequeña ruega a sus padres que le compre alguno de sus caprichos.

>>>