-Cálida ternura-
La noche mecía las
restantes nubes rezagadas dejándonos vislumbrar una marea ahogada de estrellas
que navegaban por el cielo. Una suave brisa veraniega acariciaba mi camisa
sobre el delicado cuerpo de ella, el mero hecho de observarla con ella puesta y
en braguitas hacía que mi cara se ruborizase, me subiera la sangre a la cabeza
y se me calentase las orejas. Allí, en la intemperie del perfecto prado nos
encontrábamos de pie, observando todo cuanto nos rodeaba. Las finas hiervas
cosquilleaban nuestros pies desnudos, yo ataviaba un simple pantalón corto
sepia y mi cabello desmarañado hacia que mi aspecto dejase algo que desear ante
lo que iba a ocurrir.
Ella me dirigió una
amplia sonrisa enseñando su perfecta mandíbula reluciente. Aquellos grandes
ojos verdes hacían que encadenara todo mi ser a ellas, su perfecta carita
alvina junto a su corto cabello azabache atraían la atención de cada una de mis
extremidades. Giró su cuerpo hacia mi persona dejando que aquella camisa volada
se estremeciera en su pequeño y delgado cuerpo dando con sus pequeñas y
relucientes piernas pequeños pasos hacia mí terminando apoyada con sus
delicadas manos de princesa en mi pecho, me miró sonrojada, parpadeó mostrando
un atisbo de preocupación que lo hice desaparecer mientras besaba sus rosados
labios intercambiando así cada uno de nuestros pensamientos y deseos que yacían
regocijados en nuestras entrañas. Tras separarme de su rostro ella mostró
sumisión ante lo que deparaba la noche, levantó los brazos y los pasó sobre mi
cabeza esperando que yo la desnudase.
Temblorosamente pasé mis
manos sobre su sinuosa cadera, deslizándome sobre su tersa y suave piel hasta
llegar a sujetar la camisa y con el mismo recelo la subí pasándola sobre sus
escasos pechos. Sentí como el miedo iba consumiéndola así pues acaricié su
rostro mientras volvía a besar sus labios. Nuestros ojos entreabiertos se
encontraron tan cerca que casi nuestras pestañas se rozaron, sus mejillas
sonrojadas conseguía que me excitara cada vez más, su respiración entrecortada
chocaba contra mi piel consiguiendo que se me acelerara el corazón.
Una vez desnuda, la luz
de la luna chocaba sobre su sinuosa y perfecta piel mostrando las maravillas de
la vida. Una vorágine de pensamientos impuros me consumieron hasta tal punto
que si me hubieran juzgado por ello, hubiera caído en las garras del demonio
sin dudar. Con sus sensuales y preciosos dedos agarró mi brazo invitándome a
entrar en los asientos traseros de mi coche metalizado negro aparcado a nuestra
vera. Sus ojos brillaban, sus mejillas ruborizadas mostraban un rostro que solo
quería contemplar yo, su figura es solamente mía, o al menos eso pensaba en ese
momento. La amaba, amaba cada rincón de su cuerpo y ardía en deseos de
obsequiarme con su lazo, con su virginidad.
Dentro empecé a morder su
cuello, su hombro, su oreja y nuevamente el cuello. Cada vez que musitaba
aquellos angelicales gemidos cerraba sus ojos con fuerza y se agarraba a mí con
pudor. Sus uñas lastimaban mi espalda pero no importaba en absoluto, ya que la
tranquilizaba lamiendo cada zona mordida de la manera más gentil posible. Ambos
supimos que el momento había llegado y con lágrimas en sus ojos alzó sus brazos
rogando que la abrazase formando un rostro cual niña pequeña ruega a sus padres
que le compre alguno de sus caprichos.
>>>