Capítulo octavo
Comienza la
aventura
Al día siguiente, nada más
levantarme cogí mi katana y la observé durante un buen rato mientras pensaba en
Yuchiko. Miré el reloj y marcaba las siete y media, quedaba una hora para mi
“cita” por llamarlo de alguna forma, cuando iba a coger un trapo para limpiar
la hoja empezaron a llamar a la puerta y acto seguido la abrí y resultó ser
Yuchiko que con un rápido movimiento cogió la katana y se marchó corriendo, yo
no entendía muy bien lo que pasaba pero de repente me vino a la cabeza un
recuerdo inquietante, la carta que me dejó Ganondorf que decía…
Dentro de unos días tendrás que superar una prueba que tú no podrás
seleccionar, una prueba que
solo habrá un camino, al final de éste encontrarás
tu auténtico destino.
Me puse los zapatos viejos que
se situaban a la entrada de la casa y la perseguí.
- ¡Yuchiko, para, ¿pero que te
pasa?!- grité sin parar de correr.
Aunque no tuviese ninguna
respuesta yo no me daba por vencido, después de un rato corriendo me di cuenta
de que se dirigía al monte.
Cuando llegué, Yuchiko sin
decir palabra se dirigió hacia un árbol que parecía que era milenario por lo
grueso que era y lo alto que se encontraba la copa. Yuchiko se paró delante del
gran árbol, desvainó la katana y la clavó en el “corazón” del árbol.
No sabía ni lo que hacía ni lo
que iba a ocurrir y sin más dilación le pregunté…
- ¿Se puede saber lo que
pretendes hacer?
- Lo siento Alberto, pero la
visita de Sanlúcar va a tener que ser anulada.- me contestó mientras observaba
como caía la sabia del árbol.
- Pero… ¿por qué?- volví a
preguntar acercándome a ella sigilosamente.
- Por favor, no te acerques más.
- lo siento pero no voy a
hacerte caso, te prometí estar siempre a tu lado.
Y acto seguido, Yuchiko
desclavó la katana del árbol y me apuntó con ella. En ningún momento pensé en
huir, después de lo que pasé en la chatarrería, esto no era nada.
- ¿Qué pasa, no me entiendes?-
aclaró Yuchiko.
Y seguido de la pregunta me
clavó la katana en el hombro izquierdo, yo soporté el dolor aunque no
pude aguantar
las lágrimas.
- ¿Por qué no te marchas a tu
casa de una vez?- Yuchiko empezó a llorar- ¿no ves que como no te marches vas a
morir?
- ¡Ja, ja, ja! ¿Es que no te
enteras?, no pienso irme sin saber lo que te pasa- dije dolorido en el suelo
mientras miraba a Yuchiko con la mirada más firme que nunca tuve.
Yuchiko se arrodilló en el
suelo junto a mí y empezó a llorar, yo no sabía que hacer y además, con la
herida que me hizo ya tenía diversión para rato.
Empecé a observar el árbol al
que Yuchiko había clavado la katana; la sabia seguía cayendo rigurosamente y
volviéndose cada vez más roja, al color de la sangre.
Después de un rato en llantos y
penas, conseguí cortar la hemorragia pero me temía perder el conocimiento por
la cantidad de sangre que había derramado.
- Tranquilo, no he alcanzado
ningún punto vital- me dijo Yuchiko como si supiese lo que iba ha decir
en ese
mismo instante.
- ¿Por qué no me dijiste que
sabías empuñar armas?- le pregunté con asombro.
Aunque ella no me contestó yo
sabía más o menos sus intenciones; no sabía lo que iba a ocurrir pero lo que sí
sabía era que no me quería involucrar.
Yo estaba mareado y fatigado
pero en ningún momento bajé la guardia y estuve firme al lado de Yuchiko sin
separarme de ella, hasta que…
- Gracias, sabía que no me
abandonarías- me dijo Yuchiko dejándose caer en mi hombro derecho.
- je, a partir de ahora yo seré
tu guardaespaldas- contesté decidido.
- creo que ya está a punto- se
dijo para si Yuchiko mientras observaba la sabia del árbol que fluía como la
sangre- ¿estás preparado?
- ¿para qué?- pregunté.
- si de verdad te importo,
acompáñame- me contestó Yuchiko agarrándome del brazo.
Cuando nos levantamos, Yuchiko
recogió la katana del suelo, la guardó en la vaina y me la volvió a entregar.
- lo siento por la herida, pero
en el otro abismo así es como las armas eligen a sus dueños; derramando
la sangre
de quien las empuña- después de aquella frase, Yuchiko se dirigió hacia el árbol y pasó algo que cambiaría mi vida para siempre, algo que
nunca me hubiera imaginado, mientras caminábamos
hacia el árbol, éste se
desvanecía como un espejismo que daba lugar a un portal tridimensional hacía yo
que sé donde, pero me pude dar cuenta que por la cara de Yuchiko empezaron a
derramarles lágrimas y acto seguido perdí el conocimiento.
Cuando me desperté me
encontraba en otro lugar diferente a la Algaida, un lugar que nunca había visto
ni imaginado, un lugar siniestro y a la vez reconfortable. Yo me encontraba en
un prado de verdes hierbas, me puse boca arriba, tendido en el suelo viendo las
nubes en el cielo azul hasta que me situé un poco en el asunto.
- Yuchiko, ella dijo algo sobre
un portal tridimensional- susurré.
- ¡¿Qué haces aquí sangre
roja?!- me gritó un extraño ser mientras me levantaba con una sola mano.
No podía articular palabra
alguna, estaba atemorizado pero cuando pude verle el rostro al ser que tenía
ante mí resultó ser un hombre normal y corriente, o al menos eso creía.
- ¡¿no sabes que es peligroso
estar aquí, al aire libre, sangre roja!?- me gritó el hombre mientras me
devolvía a tierra firme
- ¿yo, sangre roja, y eso que
es?- pregunté
- los sangre roja son humanos
de la dimensión terrestre
- ¿dimensión?, espera un
momento y empieza desde el principio porque no me sitúo.
No me dio tiempo a parpadear
que de repente el hombre se abalanzó sobre mí y nos escabullimos entre la
hierba, como pude observar me estaba ocultando de un monstruo alado parecido a
un dragón. En ese momento no me podía mover, estaba asombrado con el ser que
tenía a kilómetros de mí aunque parecieron metros con lo gigantesco que era.
Pasó un par de minutos hasta
que el monstruo se alejó de nosotros y después de aquello el hombre me susurró…
- venga, persígueme y no te
pares.
Acto seguido se puso a correr
silenciosamente y no tuve mas remedio que seguirle sin saber lo que me
esperaba, solo quería saber donde me encontraba y porque.
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