Capítulo quinto
En la oscuridad
La noche era oscura, la luna se
ocultaba entre las nubes, Jesulito y sus esbirros; con palo de hierro en
derecha y linterna en izquierda, se paseaban con cautela entre la chatarra, yo,
en cambio, me ocultaba entre la niebla de la oscuridad de la noche, sin rastro
de ruido alguno me encaminaba para asesinar a esos matones que raptaron a
Yuchiko y vengarme de la paliza que me dieron. Aunque me había recuperado,
tenía alguna costilla rota porque el brazo izquierdo no me respondía como
debía.
Pasó un rato desde que salí del
coche y no podía dejar de mirar la situación de Yuchiko ni la de Jesulito. Uno
de sus secuaces, al que yo no conocía, lo vi dirigirse al coche donde se
encontraba ella y sin más dilación actué deprisa y con cautela, me situé detrás
de él y con un trozo de hierro, el que más moho tenía se lo clavé por el
cuello, yo no acostumbraba ha ver sangre,
así que mi adrenalina empezó a subir al ver salpicar la sangre de mi
víctima que se retorcía de dolor en el suelo mientras la sangre fluía. Otro de
los secuaces que estaba cerca se enteró y fue corriendo en su ayuda y en el
instante en el que la linterna iba dirigida a mí me volví a ocultar en la
oscuridad.
Al chaval que acababa de
apuñalar no le quedaría mucho tiempo de vida por dos razones; una, por la
sangre que estaba perdiendo y la otra, por el moho que se le infectaría y no
tendrían tiempo de llevarlo a urgencias para vacunarlo.
Jesulito y los otros se
reunieron torno al herido y mientras daba unas arcadas de las que estuve a
punto de vomitar, gritó:
- quien puñetas eres, me las
pagarás cabrón.
Ni me inmuté, la furia por
hacer daño a Yuchiko me dejó con la mente en blanco sin saber lo que hacer, yo
no controlaba mis actos y al pensar que como me descubrieran en ese momento, me
habría cargado mi futuro y mi vida y no solo la mía sino también la de mi
familia pero no podía detenerme, si no actuaba yo lo harían ellos, y por lo
tanto acabarían conmigo y quien sabe las cosas que le harían a la inofensiva
Yuchiko. Me puse firme y esperé el momento apropiado para atacar, pero mientras
observaba lo que decían:
- no podemos huir como
cobardes- dijo Jesulito a los demás- y como uno solo de vosotros se marche, lo
mataré yo personalmente.
Después de escuchar la
conversación, se pusieron en pie y empezaron a correr cada uno por un lado. No
podía dejar a Yuchiko allí, en el coche, así que escalé a un árbol que había en
una de las esquinas de a chatarrería, lo que me extrañaba era que no hubiera
nadie aquí, vigilando la chatarrería, pero no había tiempo para pensar en eso,
y me puse a buscar algún sitio en donde ocultar a Yuchiko mientras yo acababa
con los maleantes. Y entre la oscuridad pude apreciar un pequeño hueco en el
que Yuchiko podría entrar en el edificio y no estaba muy lejos del lugar en
donde se encontraba ahora.
Sin más dilación bajé del árbol
y volví a entrar en el coche, Yuchiko estaba agachada en el asiento trasero,
pude observar la cara que tenía; una cara asustada más o menos como la mía pero
ella seguía firme y apoyándome en todo momento en mis acciones. La miré y le
dije:
- Yuchiko, tienes que salir de
aquí
- pero…- me contestó mientras
soltaba algunas lágrimas- ¿y si nos descubren?
- tranquila, no pasará nada,
por lo menos a ti- dije mientras observaba a los maleantes
- vale- contestó Yuchiko.
Mientras que yo le daba la
señal a Yuchiko para salir en dirección al edificio me encaminé hacia a ellos
siempre entre las sombras y me situé justo en medio del grupo de maleantes y
levanté la mano en señal de que ya podía salir.
Yuchiko salió corriendo hacia
el edificio, pero vi que unos volvían la cabeza en dirección a ella y no tuve
más remedio que gritar para distraer la atención y en ese mismo instante
escuché:
- ¡es él, el asesino!
No debía moverme de aquel sitio
si quería que Yuchiko entrara en el edificio, calculé más o menos la distancia
y la velocidad que llevaba, pero Jesulito me cogió desprevenido y me golpeó en
el brazo izquierdo; el que no me respondía bien, y con un grito caí al suelo
dolorido…
- ¿creías que podrías escapar
de mí “piltrafa”?- me dijo Jesulito con aires de satisfacción.
Lo de piltrafa era un insulto
como otros que ya había escuchado salir de su boca. Aunque me quedaban pocas
fuerzas pude observar que Yuchiko se había escondido en el edificio, lo que me
alivió, la
verdad.
- ésta será tu tumba – me dijo
Jesulito furioso
- je, je, je… ¿crees de verdad
que has acabado conmigo?- le contesté sonriendo.
- GHRRRGhrrr…- gruñó Jesulito.
Ya estaba más recuperado
después de estar descansando en el suelo, aunque dolorido me pude poner en pie,
pero esa acción no la permitió Jesulito y con un palo de hierro me golpeó de
nuevo en el brazo izquierdo, pero lo aguanté y me escondí, como lo había hecho
en ocasiones anteriores, en la oscuridad.
A medida que transcurrían los
minutos, los maleantes estaban cada vez más atareados y nerviosos, y
con los
primeros rayos de sol, decidieron entrar en el edificio. Aunque ya no había
tanta oscuridad
como antes, la neblina de la madrugada servía perfectamente
para escabullirme sin ser detectado.
Yo estaba escondido detrás de
un coche y podía mirar cada paso y movimientos de Jesulito y los suyos. Con una
gran embestida, todos juntos, rompieron la puerta que daba lugar al interior
del edificio, con el miedo de que descubrieran a Yuchiko, me decidí a entrar.
A primera vista no parecían que
hubieran encontrado a Yuchiko pero no podía cantar victoria porque todavía
quedaban algunas horas para que el dueño de la chatarrería llegara, en ese
momento escuché
que unas cajas se cayeron al suelo.
- debe ser Yuchiko- murmuré.
No tuve más remedio que salir de
mi escondrijo si quería salvarla, y con salto me puse enfrente de Jesulito y…
- ¿cómo has hecho para
esconderte de esa forma?- preguntó Jesulito.
- utilizando la técnica de la
niebla oculta de la hoja- le contesté mientras me preparaba para luchar.
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