Capítulo décimo
¡A 300 kilómetros por hora!
Después de presentarnos, Ashley nos invitó a cenar bajo la luz de las
estrellas pero mientras preparaba
la comida como pudo; porque tenía la cabaña
destrozada, Mashuo y yo estuvimos practicando artes de esgrima. Aunque hubo
veces en las que me quise rendir Mashuo me animaba a seguir hasta que la
noche
calló. La cena que había preparado Ashley tenía un aspecto delicioso pero un
olor más bien raro.
- vamos, come- me dijo Mashuo.
Pero yo continuaba observando la comida que estaba servida en un cuenco de
madera.
- si no comes nunca se te irá ese olor a sangre roja- me volvió a decir
Mashuo saboreando su plato de comida.
Y sin más contemplaciones cogí un trozo que parecía un pescado y me lo
llevé a la boca y me puse a saborearlo con cara de asco pero la verdad era que
estaba buenísimo, nunca en mi vida había probado algo tan sabroso y hasta
repetí.
Después de cenar me dediqué a contarle a Mashuo como conocí a Yuchiko pero
a la mitad de mi
historia se quedó dormido…
- es normal, el pobre a tenido una tarde bastante ajetreada- me comentó
Ashley mientras arropaba a Mashuo.
Y en ese mismo momento no pude aguantarme y empecé a llorar, echaba de
menos a mi familia, mi hogar, mis costumbres a sentarme delante del videojuego
sin preocuparme de nada, solo había pasado
un día pero sin embargo parecían
semanas, lo único que tenía era la katana que me había regalado Yuchiko.
- tranquilo, al final acabarás acostumbrándote- me dijo sinceramente Ashley
- pero… “snif” ¿nunca más podré volver con mi familia?- pregunté esperando
una respuesta positiva.
Ashley agachó la cabeza, por su cara pude observar que me temía lo peor,
que no.
Al cabo de las horas cuando Ashley se quedó dormida me puse a contemplar
las estrellas
preguntándome que habría pasado con Yuchiko, porque no estaba
conmigo al despertarme en esta dimensión y cuando volvería a verla o si
volvería a verla.
No me podía quedar dormido, miré la hora de mi reloj pero no funcionaba, en
la pantalla solo salían ceros y unos, no me preocupé mucho por eso, con lo que
me estaba sucediendo como para preocuparme de la hora de mi reloj; así que me
acosté y al cabo de un rato me dormí.
A la mañana siguiente, nada más levantarme, Mashuo y Ashley hacían el equipaje para
marcharnos…
- tranquilo, descansa un poco más si quieres que no te vamos a dejar aquí-
me dijo Mashuo riéndose
- eso, eso, que todavía queda un largo camino- terminó Ashley.
Pero aunque les hubiera hecho caso yo no podría volver a coger el sueño…
- ¿os ayudo en algo?- pregunté mientras cogía mi katana
- bueno, vale, ve al bosque y tráeme un poco de madera- me pidió Mashuo
- entendido pero me llevo tu ciervo azul.
Y corrí hacia a él que se encontraba a unos metros de la cabaña, me monté y
nos dirigimos al bosque.
Pasaron un par de minutos desde que entré en el bosque, ya me sentía un
poco más animado que anoche. Pude observar un árbol que estaba destrozado y caído
en el suelo, desvainé mi katana y me puse mano a la obra. Corté un par de
troncos que eran más o menos rectangulares, los cargué a lomos del ciervo azul
y continuamos nuestra travesía.
El bosque era grandísimo, con una extensa hierva que cubría gran parte de
los árboles, los Risjus asomaban sus pequeñas cabezas entre sus madrigueras, a
lo lejos pude observar como entre tantos árboles había uno que destacaba, uno
que relucía, uno dos veces más grandes que los demás y así que; sin más
dilación me dirigí hacia allí.
Cuando llegué al lugar donde se situaba el gran árbol me detuve, me bajé
del ciervo azul y contemplé el esplendor de aquel árbol cuyas hojas musitaban
con las aves de los alrededores.
Me acerqué un poco al árbol hasta que…
- quien osa perturbar la tranquilidad de este lugar- habló el árbol.
No tuve palabras para contestarle, estaba perplejo.
- veo que has descuartelado a uno de mis hermanos caídos- replicó el árbol
- esto, yo…- aunque quise darle alguna excusa no pude.
- nadie osa dañar a mis queridos hermanos sin salir de aquí ileso- contestó
el furioso árbol y en un abrir
y cerrar de ojos me agarró con una de sus raíces
y me introdujo en su interior.
Cuando recobré un poco el sentido estaba cayendo en una especie de tobogán,
no tenía mucha visión porque en el interior del árbol no había claridad alguna.
- estarás cayendo eternamente en lo más oscuro de mis entrañas- gruñó el
árbol.
Aquello parecía interminable, por más que bajaba no se terminaba hasta que
se me ocurrió algo…
- ¡lo siento árbol!- grité.
Y con un rápido movimiento desvainé mi katana y la clavé en uno de los
extremos del acueducto; gracias a esto me pude frenar…
- ¡¿AHHhhhgrrr?! ¡Se puede saber que estas haciendo!- gritó el árbol
dolorido
- lo siento, pero yo me voy de aquí, tengo una promesa que cumplir
- ¿promesa?
- le prometí a una amiga que la protegería pero la he perdido y tengo que
encontrarla
- ¿se puede saber quién es esa mozuela?- preguntó el árbol con gran interés
- es Yuchiko, ¿no sabrás donde está, verdad?
- ¡¿Yuchiko?!
- ¡¿la conoces?!- grité.
Después de aquello el árbol no volvió a dar señales de vida alguna y todo
calló en un profundo silencio. No me quedaba más remedio que intentar salir con
mis propios medios y sin ayuda de nadie, estuve allí quieto hasta se me ocurrió
algo que podría salvarme de este aprieto. Gracias a la estrechez del tobogán,
me pude aguantar con los pies en los extremos; desclavar la catana con la boca
y volviéndola a la clavar un poco más arriba, así sucesivamente durante un buen
rato hasta que un fortísimo viento me empujó, perdí pie y salí rodando cuesta abajo
nuevamente como al principio…
-¡gran árbol, por qué me haces esto!
Pero el árbol seguía sin contestar. No me imaginaba que estaría tan
enfadado por cuatro trozos de troncos muertos. Cuando recobré un poco el
equilibrio, a lo lejos, muy al fondo, se podía observar una tenue luz blanca
entre toda la oscuridad.
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